Arzobispado de Puerto Montt

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Opinión: Dignidad Infinita

A diario nos encontramos con el desafío de tener que relacionarnos con los demás. Nuestra condición humana y gregaria nos exige vincularnos permanentemente con otras personas. Esto suscita la pregunta de cómo establecemos esos vínculos y cómo mis decisiones y opciones afectan o involucran a los demás, así como también cómo las acciones y palabras de los otros me afectan y condicionan mi despliegue en la vida.

Como una ayuda a este permanente desafío, el pasado 2 de abril la Santa Sede ha publicado un documento llamado Dignitas infinita, a firma del Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Cardenal Víctor Manuel Fernández, con la expresa aprobación del Papa Francisco. El texto es publicado justamente cuando no hace mucho se ha celebrado el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948) por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Por este motivo, “la Iglesia ve la oportunidad de proclamar una vez más su convicción de que, creado por Dios y redimido por Cristo, todo ser humano debe ser reconocido y tratado con respeto y amor, precisamente por su dignidad inalienable” (Dignitas infinita, 2).

El principio fundamental que está a la base de esta convicción es que “una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre. Este principio, plenamente reconocible incluso por la sola razón, fundamenta la primacía de la persona humana y la protección de sus derechos” (Dignitas infinita, 1).

Desde esta perspectiva, entonces, el trato respetuoso y con dignidad a los demás no responde a una estrategia o a la condición de vida que tengan, sino solamente al hecho de ser personas humanas, poseedores de la misma dignidad. En este sentido, la dignidad personal no debería sostenerse desde la condición de que alguien sea rico o pobre, blanco o negro, hombre o mujer, anciano o niño, chileno o extranjero, sino solamente por el hecho de ser un ser humano.

Cuando en la actualidad vemos en algunas ocasiones que con facilidad se genera un trato agresivo, humillante o despectivo, o bien hay personas que se aprovechan de los demás, mediante la estafa y el engaño, qué bien resuenan estas palabras que nos interpelan y nos ayudan a reflexionar sobre cómo relacionarnos desde la inalienable dignidad que todos tenemos y merecemos.

 

 

 

+ Fernando Ramos Pérez

Arzobispo de Puerto Montt