Arzobispado de Puerto Montt

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Sueño o Realidad

El anhelo de la paz, por una parte, y la constatación permanente de la violencia y de la guerra, por otra, parecería que van en sentido contrario. Nos estamos acostumbrando lamentablemente a la violencia. Llevamos casi dos años recibiendo imágenes de bombardeos y destrucción en Ucrania, producto de una absurda invasión rusa. Ya han pasado varios meses del inesperado ataque de las milicias de Hamas en territorio israelí y de la contraofensiva de este país en la franja de Gaza, produciendo miles de muertos, incluidos niños y ancianos.

Sin embargo, no es necesario ir tan lejos para constatar que la violencia se abre paso en nuestra sociedad. Las noticias que nos llegan de Ecuador en estos días son intimidantes: el crimen organizado controlando diversos ambientes en la sociedad ecuatoriana. Nuestro país, sumido en una crisis de seguridad aún sin resolver, todos los días se entera de acciones criminales que producen un temor extendido en la población. Incluso en nuestra querida ciudad de Puerto Montt, en la última semana, han ocurrido dos asesinatos a sangre fría en las calles de la ciudad, es decir, verdaderos ajusticiamientos de bandas criminales, al parecer, vinculados al narcotráfico.

Por esto, suena extraño anhelar la paz y constatar la violencia. ¿por qué nuestros anhelos y sueños no se concretizan? ¿por qué aumenta el abismo entre lo que habita en nuestros pensamientos y lo que vemos en las calles?

A la base de este problema surge la pregunta de cómo nos relacionamos unos a otros. Si es tan fácil para una persona dispararle a alguien y arrancarle de cuajo el don de la vida, entonces, para ella el otro y los otros carecen de valor intrínseco. Para este modo de enfrentar la vida, la persona humana carece de dignidad y valor por lo que es, sino más bien su valor está en directa relación con la utilidad que pueda prestar. Esta parecería ser la lógica funcionalista que opera detrás de la narcocultura que sustenta el narcotráfico.

La ética que propone Jesús de Nazaret da un vuelco radical a este modo de actuar, pues nos invita en la regla de oro a que “todo cuanto quieran que les hagan los hombres, háganlo también ustedes a ellos” (Mt 7,12). Sólo a partir de esta convicción vivida con radicalidad, entonces, podremos ir concretizando nuestros sueños de paz y de sana convivencia en nuestro mundo. “Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).

 

 

 

+ Fernando Ramos Pérez

Arzobispo de Puerto Montt