La primera exhortación apostólica del Papa León XIV ha sido publicada el 4 de octubre recién pasado, justo en el día de la memoria de san Francisco de Asís. Siguiendo una antigua tradición, lleva como título las primeras palabras del escrito. Esta vez es una cita del libro del Apocalipsis: Dilexi te, que traducido significa “Te he amado” (Ap 3,9). Reproduce las palabras, según la visión del autor, que Dios dirige a la iglesia de Filadelfia en Asia Menor; una iglesia pobre, sin poder, pero que posee la riqueza de ser profundamente amada por Dios porque es pobre.
El Papa León explica que ha querido concluir este trabajo iniciado por su antecesor, el Papa Francisco, para tratar el amor a los pobres. En la senda de la encíclica Dilexit nos, también del Papa Francisco que habla del amor divino y humano del corazón de Cristo, ahora quiere adentrarse en la relación que los seres humanos, y más específicamente la Iglesia y los católicos, han de tener con los pobres.
¿Por qué los pobres? Aunque algunos lo nieguen, los pobres siempre están presentes en el horizonte de la humanidad. Están los pobres de bajos ingresos, los pobres abandonados, los pobres sin herramientas, los pobres aplastados por la tragedia, la enfermedad, la tristeza, el odio o la guerra. “A los pobres los tendrán siempre con ustedes” (Mt 26,11). Pero muchas veces los tenemos relegados a la periferia, a los lugares que nadie visita ni quiere ver. Los pobres nos hablan de una humanidad herida, frágil, que va contra corriente de la ideología del éxito y del triunfo del poderoso y luchador. Los pobres nos muestran, en definitiva, lo que somos. Por eso, Dios se ha identificado preferencialmente con los pobres, con aquellos que ya no tienen cómo seguir adelante y que sin embargo lo esperan todo.
La exhortación apostólica nos invita a relacionarnos con los pobres no sólo desde el asistencialismo, la pena o la lástima, sino a dar un salto cualitativo para amar efectivamente a los más pobres y descubrir en ellos el rostro de Cristo. El amor levanta y hace crecer, incluso permite identificar las estructuras de pecado de orden social, económico y político que reproducen los ciclos de pobreza, impidiendo a algunos sectores que la puedan superar.
Me parece que es un excelente texto para leer y meditar, y por, sobre todo, reflexionar sobre cómo me relaciono con aquellos que viven en la pobreza. La historia de la Iglesia es rica en testimonios de compromiso y servicio a los más pobres que es necesario reactualizar creativamente en cada tiempo y lugar.
+ Fernando Ramos Pérez
Arzobispo de Puerto Montt