Arzobispado de Puerto Montt

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No hay fiesta más popular y celebrada en Chile que las fiestas patrias y quizás hay pocos países en el mundo que celebren tanto su fiesta nacional como lo hacemos los chilenos. No sólo celebramos la primera junta de gobierno de 1810, sino que también agregamos las glorias del Ejército al día siguiente y así tenemos varios días de celebraciones. Todo septiembre habla de chilenidad: bandera chilena, empanadas, cueca y trajes típicos de huaso y china. A fin de cuentas, pareciera que la mayoría de los chilenos nos sentimos orgullosos con nuestro país, al cual queremos y nos sentimos identificados con él.

Estas celebraciones son más que un simple recuerdo de un hecho significativo del pasado o sólo un acto reivindicativo de quienes fueron los padres de la patria como O’Higgins, los Carrera o Manuel Rodríguez. Es una fiesta que, sin desconocer el pasado, valoriza el presente y lo que somos. En cierta forma, cada 18 es redescubrir nuestra identidad y alegrarse por ello; es agradecer lo propio y volver a reapropiarse de los caminos que hemos transitado como nación para llegar a ser lo que somos y que de alguna forma nos llena de alegría y satisfacción.

Por esta razón, las fiestas patrias también nos hacen mirar al futuro. Nos hacen indagar lo que podemos llegar a ser tanto para bien como para mal. Esta lectura de lo que somos nos interpela para descubrir qué cosas nos ayudan como nación y cuáles no. Los permanentes desafíos que hemos debido enfrentar sea por nuestra historia sea por nuestro territorio, nos hablan de que los saltos hacia un mayor desarrollo, prosperidad y paz los hemos dado cuando hemos sido capaces de actuar unidos, con espíritu fraternal, velando por la dignidad de cada uno y buscando el bien común. Por el contrario, cuando un grupo en particular ha querido imponer su visión a los demás descalificándolos o cuando una ideología específica ha tratado de dominar la esfera política y social, nos hemos dado cuenta de que aumenta la división, la polarización, lo cual ha traído como consecuencia un retroceso en nuestro desarrollo.

Como se decía hace algunos años, Chile tiene vocación de entendimiento y no de enfrentamiento. Esto tiene plena vigencia ahora que nos aprestamos a entrar en un proceso eleccionario importante, en el que podremos elegir un nuevo presidente y renovar buena parte de nuestros parlamentarios. De ellos, en las campañas electorales, esperamos propuestas novedosas que den respuestas a las búsquedas y esperanzas de hombres y mujeres de nuestra tierra y no conflictos estériles que nos sigan dividiendo.

 

 

+ Fernando Ramos Pérez

Arzobispo de Puerto Montt

   

En su homilía, titulada “La patria de ayer y de mañana”, el Arzobispo invitó a dar gracias a Dios por la historia y los dones recibidos como nación, destacando la riqueza natural, la solidaridad de las comunidades y los avances en salud y educación. Al mismo tiempo, hizo un llamado a enfrentar con realismo y esperanza los desafíos actuales del país, como la crisis de seguridad, el narcotráfico, el desempleo y la baja natalidad.

Mons. Ramos subrayó que las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias deben ser una instancia de diálogo responsable y propuestas constructivas, evitando la polarización y la descalificación. “El país anhela propuestas y no conflictos estériles”, señaló.

Inspirado en la figura bíblica del rey Salomón, el arzobispo recalcó que la sabiduría es la clave para gobernar con justicia y buscar el bien común. Asimismo, recordó que una sociedad sólida requiere estar cimentada sobre valores firmes: “La invitación de Jesús es a construir sobre la roca de su palabra”, dijo, advirtiendo sobre la importancia de defender la dignidad humana desde su inicio hasta su fin natural y de cuidar la creación como casa común.

Finalmente, encomendó a la Virgen del Carmen, patrona de Puerto Montt y de Chile, el futuro de la patria, animando a construir una sociedad más justa, acogedora y fraterna:
“Que su manto protector nos siga acompañando y custodiando”, concluyó

Homilia-Te-Deum-2025 (1)