Arzobispado de Puerto Montt

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Es difícil que alguien en Chile no haya escuchado o no sepa algo del P. Hurtado. Todos de una u otra forma lo vinculan al compromiso con los más pobres y al valor de la solidaridad en la construcción de la convivencia social. Sus obras, como el Hogar de Cristo, son ampliamente conocidas, incluso más allá de las fronteras de nuestra nación. ¿Cómo se explica una figura tan relevante y significativa en la historia del compromiso social en nuestro país?

   

Alberto Hurtado Cruchaga nació el 22 de enero de 1901 y murió el 18 de agosto de 1952, de aquí que el día de la solidaridad en Chile sea esta fecha. En sus 51 años de vida, vivió con gran intensidad. Primero abogado y después sacerdote jesuita, supo interpretar y responder con lucidez y arrojo los desafíos de su época. De niño vivió las dificultades económicas de su familia, tras la repentina muerte de su padre a manos de delincuentes. Pero después, en su formación de jesuita en algunos países de Europa, conoció los convulsionados años que precedieron la segunda guerra mundial. Al volver a Chile, se encontró con la pobreza y miseria de los años 30 y 40, lo cual golpeaba especialmente a niños, niñas y ancianos. Fue asesor nacional de la Acción católica juvenil, viajando por todo Chile y entusiasmando a centenares de jóvenes en el seguimiento de Jesucristo. No siempre fue apoyado y muchas veces incomprendido, incluso dentro de la misma Iglesia. Después entró más de lleno en la acción social y servicio a los más pobres con varias obras e iniciativas.

Entonces, ¿qué es lo que movía al P. Hurtado? Su preocupación no era simplemente sociológica, en el sentido que viera en la presencia de los más pobres una fractura social que podría producir una ruptura destructiva de la sociedad. Tampoco era política, en cuanto se haya proyectado como un líder que buscaba acceder a las instancias de poder para desde allí cambiar a la sociedad. Su motivación más profunda surgía desde la fe en Jesucristo. En efecto, tal como lo enseña Jesús, el Hijo de Dios al encarnarse se ha identificado especialmente con los más abandonados: los que tienen hambre y sed, los que no tienen abrigo, los forasteros, los que están enfermos y encarcelados (Mt 25,31-46). El P. Hurtado, desde su fe, era capaz de llegar a lo más profundo de los más pobres para descubrir en ellos la misteriosa presencia de Dios que clama en nombre de una humanidad herida y golpeada. Gran enseñanza nos deja el P. Hurtado.

 

 

 

+ Fernando Ramos Pérez

Arzobispo de Puerto Montt